El duelo en Naruto: Shikamaru, la pérdida de Asuma y el amor de un padre
- Omar Haddad Segura Landin.

- 19 ago
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Uno de los momentos más significativos en Naruto Shippuden ocurre después de la muerte de Asuma. Aunque Shikamaru parece mantenerse activo y funcional, quienes lo conocen perciben que algo en él ha quedado suspendido. Su irritabilidad, la tendencia al aislamiento y la dificultad para hablar de lo ocurrido muestran que su psiquismo está atravesando un duelo sin lograr integrarlo simbólicamente. Desde una perspectiva psicoanalítica, podemos decir que Shikamaru desplaza el afecto ligado a la pérdida y reprime la imagen de la muerte de Asuma. Esto significa que hay una desconexión entre el afecto (que se manifiesta indirectamente en la irritabilidad o la apatía) y la representación del objeto perdido, que queda fuera del campo simbólico. Como plantea Freud, cuando no se puede tramitar una imagen intolerable por vía simbólica, esta puede ser reprimida, y su afecto desplazado a otras formaciones psíquicas, generando síntomas, inhibiciones o malestares no elaborados.
En ese contexto aparece Shikaku, su padre, quien desde el comienzo de la serie se presenta como una figura cercana, lúcida y contenedora. Pero en este episodio, su intervención tiene una función aún más importante: habilita a su hijo a ligar palabra e imagen. No lo presiona, no le impone una narrativa sobre la pérdida, sino que le ofrece una vía simbólica para transitar el duelo. Lo hace desde un lugar de ternura firme, sin sentimentalismo, pero con una gran claridad clínica: le dice que llore, que saque el dolor, y sobre todo, le asegura que estará ahí para él.
Esta escena, aparentemente simple, condensa una enseñanza clínica poderosa. Shikaku encarna la función del Otro simbólico: aquel que puede nombrar lo innombrable, que introduce un significante allí donde hay un agujero de sentido. Al decirle a su hijo que "ningún padre quiere ir al funeral de su hijo" y que "llore", Shikaku no solo valida el dolor de Shikamaru, sino que lo invita a reconocerlo y a darle un lugar en su discurso.
Ese acto —la posibilidad de llorar, de nombrar la pérdida, de asumir el dolor— marca el inicio del trabajo de duelo. A partir de ese momento, Shikamaru puede comenzar a resignificar la muerte de Asuma. No como una derrota o una herida paralizante, sino como un legado que debe ser transmitido. El recuerdo se vuelve activo, y el afecto, en lugar de quedarse atrapado en el cuerpo como síntoma, empieza a circular por la vía de la palabra.
El duelo, en tanto proceso psíquico, requiere tiempo, espacio y sobre todo la presencia de alguien que no cierre el sentido de forma prematura. Shikaku no busca tranquilizar a su hijo con frases hechas, ni minimizar su dolor. Sostiene el vacío, le da lugar al silencio, y ofrece una presencia que no demanda rendimiento emocional. En ese gesto, Shikaku posibilita que su hijo pueda elaborar su pérdida de manera singular.
En psicoanálisis entendemos que el trabajo de duelo implica no solo aceptar que alguien ya no está, sino también reubicar ese lugar en la economía del deseo. Y eso, muchas veces, sólo es posible cuando hay un otro que acompaña, que nombra, y que sostiene. En ese sentido, lo que hace Shikaku es profundamente clínico, y también profundamente humano.







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